La intervención del PJ es, coyunturalmente, uno de los acontecimientos políticos más trascendentes en lo que va del año. La medida, ya apelada, aún no está firme en lo legal. Exhibe, sin embargo, que la crisis del peronismo es sólida. Y ese es un dato para la historia.
El cimbronazo ha reverberado en todas las superficies justicialistas. Tucumán no es la excepción. La noticia no es buena para el alperovichismo. La consagración de Luis Barrionuevo es la revancha de los “históricos” contra los “K”.
Si bien el senador José Alperovich declaró a poco del final de su tercera gobernación que él nunca había sido kirchnerista, su esposa y presidenta del PJ tucumano (desde 2007 y hasta 2019), Beatriz Rojkés, es una kirchnerista convencida. El año pasado agasajó a Cristina Fernández en El Cadillal. Ayer fue anfitriona del ex jefe de Gabinete Aníbal Fernández. Si Barrionuevo es confirmado y avanza con la intervención de los distritos “K” del PJ, el alperovichismo puede llegar a verse en problemas.
Los operadores de este sector se han esmerado en estos días en dar mensajes de tranquilidad. Recordaron que el ex gobernador se reunió el 16 de febrero con el ex presidente Eduardo Duhalde, sospechado de ser la mano que mece la intervención del PJ nacional, encuentro que el tucumano posteó en Twitter. La del alperovichismo viene siendo una historia en fotos. Justamente, esta semana hubo otro retrato del ex mandatario con su sucesor, Juan Manzur. Se está tornando sintomático que cada vez que Alperovich siente que el piso político se mueve, busca un flash con Manzur para mostrar (¿y demostrarse?) que está seguro.
La usina de rumores del parlamentario pretende que él ha dado a entender que si debe haber cambio en la conducción del PJ, acompañará en 2019 la renovación, salvo que se quiera consagrar a un jaldista. Léase, Fernando Juri.
Manzur ocupa la casilla del medio. De frente, porque durante la semana pasada, cuando pasó por Buenos Aires, se tomó un café con Barrionuevo. De fondo, porque Manzur, apenas asumió, renegó por no controlar el PJ local. Otro gobernador tucumano supo lamentar lo mismo: José Domato...
El ciclo
A diferencia de Manzur, que nada ha dicho de la intervención del PJ, el salteño Juan Manuel Urtubey declaró ayer que la situación le daba pena, que mostraba la decadencia de su partido, y que veía la posibilidad de encontrar una salida hacia una unidad verdadera. Porque la depuesta conducción del PJ nacional había sido el resultado de una unidad falaz. Tan ficticia que el kirchnerismo se fue a “Unidad Ciudadana”. Si los “K” son parte de la crisis, razonó el gobernador, mal puede ser parte de la solución.
El diagnóstico obliga a un repaso de las crisis peronistas recientes. El movimiento fundado por Juan Domingo Perón, desde la inauguración de la democracia, entró en un marasmo cada vez que perdió las elecciones presidenciales.
Claro que desde 1983 el peronismo sale de sus crisis con más rápido que el radicalismo. Ese año, Raúl Alfonsín fue el primer radical en ganarle al PJ en elecciones sin proscripción. Lo cual sacudió el mapa político. El historiador y sociólogo Juan Carlos Torre delimita que, desde 1945, el polo peronista representa a las clases populares (trabajadores urbanos sindicalizados y sectores bajos y medios de provincias), mientras que el polo no peronista (clases medias y altas) se distribuyó en la UCR, la izquierda y la centroderecha. En el triunfo de Alfonsín, lee Torre, emigran a la propuesta radical votos peronistas, más el respaldo de las clases medias y altas. Pero el radicalismo no logró mantener el equilibrio bipartidista: comenzó a devolver, sin prisa ni pausa, votos a izquierda y a derecha, alimentando a las terceras fuerzas.
En aquel 1983, la derrota puso en crisis al peronismo. Una crisis signada por la división entre los que impulsaban la renovación y los que la resistían. Con el PJ dividido, la UCR ganó las parlamentarias de 1985. De esa diáspora, el peronismo salió de la mano del sindicalismo.
La derrota de 1999 también fue crítica. Pero el fracaso de la Alianza precipitó el retorno del PJ. Lo reorganizó la “liga de gobernadores” y sus miembros fueron sucediéndose provisionalmente en la Presidencia de la Nación. Al final, un gobernador, el de Santa Cruz, se convirtió en jefe de Estado: Néstor Kirchner.
Ahora, tras la derrota de 2015, el peronismo está otra vez en crisis. Tal vez, como pretende Urtubey, la intervención (de un sindicalista) alumbre la unidad. Pero hay demasiados “pero”.
Primero, el gremialismo que sacó al peronismo del atolladero hace tres década tenía una treintena de diputados. Era otro sindicalismo y tenía otro peso.
Segundo, de la liga de gobernadores quedan ruinas. El peronismo no gobierna la Provincia ni la ciudad de Buenos Aires, ni Santa Fe ni Mendoza. En octubre perdió en Córdoba y en Salta. Tucumán, ante la soledad, acompaña al macrismo hasta en la reforma previsional.
El recorrido sirve para advertir que el peronismo no necesita alguien sino algo que lo conduzca. El liderazgo unipersonal se murió con Perón en 1974, pero el peronismo sobrevivió porque el viejo líder construyó gobernabilidad con una estrategia otomana: permitió los liderazgos provinciales con la sola condición de que le tributaran electoralmente a él. Con ello, tras su fallecimiento, lo que quedó fue un peronismo multipolar.
El problema ahora, como nunca antes, es que no aparece la estructura que reordenará al peronismo y lo reencauzará. Tal vez surja en poco tiempo. O tal vez el peronismo esté ingresando en una larga crisis, como la del radicalismo.
Lo cual, por cierto, plantea que aquello que está en crisis, más que la UCR y el PJ, es el modelo de organización que ambos encarnaron: los partidos de masas.
La revancha
El surgimiento de los partidos de masas puso al borde de la extinción a los “partidos de notables”, reinantes a finales del siglo XIX y principios del XX. Como esclarece la politóloga María Esperanza Casullo, eran partidos de “clubes sociales”, como el Jockey Club, el Club del Progreso o el Círculo de Armas, donde se obtenían el poder económico y social para acceder al poder político.
La “Ley Sáenz Peña”, de 1912, es el principio del final para ese régimen, y el puntapié inicial de la democracia irrestricta: estatuye el voto secreto, masculino (las argentinas sufragarán sólo a partir de 1949) y obligatorio. La consiguió el abstencionismo del radicalismo, que llegó al poder en 1916. Se inauguraba así el ciclo de los partidos de masas, que aquí, además, fueron partidos programáticos. Es decir, sus plataformas electorales, estaban destinadas a sectores multitudinarios. El programa del PJ, a los obreros. El de la UCR, a las clases medias. El nicho conservador, en cambio, estaba condenado a ser minoritario: terratenientes, industriales y empresarios.
Los partidos de las elites argentinas, anota Casullo, jamás toleraron a los partidos de masas. Al segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen le asestaron el golpe de Estado de 1930. Al segundo gobierno de Perón lo voltearon en 1955.
Pero así como mutaban los partidos, también lo hacía la sociedad. Tras las dos guerras mundiales advino el Estado de Bienestar: la movilidad social desdibujó las divisorias de clases. Ya no se podía hacer campaña sólo para un sector, sino para todos. Con los medios masivos de comunicación llegó la revancha de los “partidos de notables”: las agrupaciones de elites podían convocar a todos los votantes sin necesidad de movilizaciones.
Así nacieron los partidos que buscan votos en todos los sectores, los “agarra todo”. Ya no “se milita” sino que “se capacita”. Son partidos de tecnócratas y de politólogos. Y los comicios ya no son competencias entre programas, sino entre fracturas. Entre clivajes. Entre planteos que son divisorias de agua en la sociedad. Por caso, ya en 1983, el radicalismo y el peronismo tenían dinámicas de partidos “agarratodo”. Y para el inédito triunfo radical, Alfonsín plantea el clivaje más determinante: Estado de Derecho o dictadura. En la primera campaña profesional de la Argentina, signa su campaña con el Preámbulo, porque busca el voto de todos quienes se reconocen en la vigencia de la Constitución, sean radicales o no, sin importar clases sociales.
Lo desconocido
Frente a estos dos partidos históricos se yergue el PRO. Un partido “agarra todo” que no tiene la inercia de las estructuras y la historia de la UCR y del PJ. Es un adversario desconocido: una derecha que no toma el poder con golpes de Estado, sino que llega al poder por las urnas. Una derecha minoritaria que, sin embargo, tiene al radicalismo por socio minoritario. Una derecha que sabe ganar elecciones, aún en tiempos económicos adversos, hasta el punto de haber derrotado al peronismo (kirchnerista y no kirchnerista) dos veces consecutivas.
Ese partido gobernante plantea clivajes absolutos. Por acaso: legalización del aborto, o no. Es más, el PRO se para en medio de la divisoria de aguas: a quienes rechazan la propuesta, les dice que no está a favor del aborto legal. A los que sí avalan el proyecto les dice que no está en contra del debate.
¿Cuál es el clivaje que plantea hoy el PJ? ¿Cuál es la divisoria de aguas desde la cual aspira a poner de su lado a la mayoría del electorado? ¿Desde dónde se propone generar una cadena de significaciones en la cual la mitad más uno se sienta representada por el peronismo?
La crisis del peronismo no se asoma pasajera. Y florece en otoño.